De pequeño me decían; «no debes temer a los muertos, sino a los vivos». Un dicho de lo más coherente ¿No? De hecho, si en algún momento te has parado a pensar sobre esto detenidamente, te darás cuenta que lo coherente sería ni pensarlo. ¿O es que te van a hacer algo los muertos? Quizá la muerte te genera intranquilidad pero ¿Acaso la muerte no es algo natural? ¿Y si por circunstancias económicas o sociales tuvieras que crecer entre miles de tumbas y jugar al escondite tras las lápidas? Pues que no te resulte extraña esta última pregunta, porque aunque muchos de nosotros vivimos en una sociedad que trata de ocultar, o mejor dicho, enmascarar la muerte hablando de ella con ambigüedad, en otras sociedades se la mira de cara, se convive con ella desde que se nace formando parte plenamente de tu vida.
Lugares como Benarés en India, o el lugar que me ocupa ahora, la ciudad de los muertos de El Cairo, son enclaves increíbles donde la vida se abraza a la muerte en un baile rutinario que a nosotros, los occidentales, nos llama mucho la atención.
La ciudad de los muertos de El Cairo
Al este del Nilo, junto a la Ciudadela y la parte más antigua del Cairo, se extienden una serie de cementerios musulmanes tan grandes que consiguen que la muerte se inmiscuya con el resto de la ciudad casi sin darnos cuenta. Es la llamada ciudad de los muertos y apenas un muro seccionado y casi irreconocible separa esta necrópolis del resto de la ciudad. De hecho, si no estamos atentos, podríamos entrar al cementerio sin darnos cuenta a través de una de las muchas calles que le dan acceso, aunque tampoco pasaría nada por hacerlo. La entrada a la ciudad de los muertos es libre y es tan común andar por allí como el vivir en él. Un millón de personas lo hacen diariamente, algunos habitando grandes panteones y los menos afortunados en viviendas infrahumanas. Es una situación que vista como turista procedente de un mundo occidental llama mucho la atención, pero que en El Cairo no pasa de ser un barrio más al que se han tenido que adaptar cientos de miles de familias para poder subsistir.
En cierta modo, el encontrarnos aquí a gente conviviendo con los muertos no es más que los vestigios de una tradición vetusta de la cultura egipcia. Cuando un familiar moría se le acostumbraba dar sepultura en amplias estancias techadas —siempre y cuando se lo pudieran permitir— que servían para dar cobijo a los familiares durante los cuarenta días posteriores que duraba el duelo. Esto conllevaba el pasar todos esos días junto al cuerpo sin vida de su ser querido y por ende con el resto de sepulcros del cementerio.
Yo he estado en dos ocasiones allí y creo no equivocarme al decir que visitar la ciudad de los muertos de El Cairo es una situación desconcertante. Tu mente entra en un bucle en el que intenta entender, asimilar y normalizar que los de arriba convivan con los de abajo con total naturalidad y que no debería de haber nada extraordinario en ello. Pero cuando empiezas a captarlo, justo en ese momento, te percatas de dos niños que se encuentran sentados sobre unas lápidas comiendo arroz con la mano y riéndose al verte, y entonces, tus sentimientos azotan violentamente al razonamiento tornándole a la cruda realidad de los cientos de familias que viven más que humildemente entre paredes creadas para cobijar muertos y no vivos.
Las estancias son frías, pequeñas, muchas de ellas con patios extensos en los que se ubican más tumbas bajo la tierra polvorienta. No disponen de electricidad, de agua corriente y de ninguna comodidad. Por suerte la primera vez que estuvimos en la ciudad de los muertos pudimos entrar a visitar una de estas casas. Me acuerdo que tras pasar una gran puerta de madera nos encontramos a un bebé, de no más de 2 años, durmiendo en el suelo sobre unas pocas telas. Su madre, una mujer no excesivamente mayor pero de aspecto mucho más longeva, nos indicó que pasáramos hacia delante, hasta el final del pasillo donde se abría un amplio patio de arena.
Allí había varias tumbas, pero la mujer las obvió haciendo hincapié en que nos fijáramos en otras dos tumbas que se encontraban en sendos cuartos cada una. Estas tumbas eran de un tamaño un poco mayor que las del exterior y al encontrarse resguardadas percibimos que la mujer nos quería enseñar el lugar más importante de su casa.
No sabemos si quienes estaban enterrados allí eran familiares suyos o pertenecían a otra familia. Dadas las circunstancias económicas de muchas familias y de no poder permitirse el coste de una vivienda, muchas de estas familias se han visto obligadas a convivir entre los muertos en este cementerio. Pero mientras unas están aquí donde yacen sus familiares, otras simplemente lo hacen por conveniencia. Mientras ellos cuidan y mantienen los lechos fúnebres de difuntos desconocidos, los familiares de estos les permiten tener un lugar donde vivir. El caso de esta mujer lo desconozco. No acabamos de entender lo que nos decía, pero el ejemplo de su casa nos valió para conocer un poco más de cerca este peculiar enclave de la siempre sorprendente ciudad de El Cairo.
Al final, con el paso del tiempo, la necrópolis se ha ido convirtiendo en una metrópolis de casas de arenisca y suelo polvoriento en el que poco a poco la vida ha ido tomando protagonismo frente a la muerte emergiendo en su interior pequeños comercios e incluso alguna mezquita y pequeñas escuelas. El gobierno sigue sin reconocer oficialmente a la ciudad de los muertos como parte habitada de El Cairo, por lo que los servicios habituales del resto de la ciudad como son el alcantarillado o la recogida de basuras no llegan hasta aquí, convirtiendo este terreno en un lugar aún más desolado si cabe.
Lo que hace también atractivo visitar este cementerio, además de lo ya explicado que no es poco, es el hecho de ser el lugar de enterramiento de numerosos sultanes mamelucos y otomanos. Los mamelucos fueron en sus orígenes esclavos —en su gran mayoría de ascendencia turca— entrenados militarmente para servir a las órdenes de los califas abbasíes en oriente medio. A mediados del siglo XIII, como consecuencia de la llamada Batalla de Bagdad, el califato abasí fue derrotado por el gran ejército mongol de Hulagu —nieto del mismísimo Gengis Kan— en casi todo su territorio salvo en Egipto donde los mamelucos resistieron y derrotaron por primera vez al, hasta ese momento, invencible ejército mongol. Así los mamelucos se convirtieron en los auténticos señores de Egipto y posteriormente también de Siria creando un nuevo sultanato que duraría aproximadamente tres siglos hasta que el imperio otomano conquistó Egipto en 1517 dejando a esta región como una división administrativa de dicho imperio pero con autonomía propia.
Pese a esto, los mamelucos siguieron siendo los señores feudales de Egipto y mantuvieron el poder hasta finales del siglo XVIII cuando en cuestión de pocos años cambió la historia de Egipto para siempre. Napoleón arrebató el poder a los mamelucos —en la llamada «batalla de las pirámides«— y luego hicieron lo mismo los británicos con los franceses —En la «batalla del Nilo«— dejando al país en una encrucijada con un futuro incierto y sin un poder definido cuya circustancia aprovechó Mehmet Alí (Mohammed Alí) —enviado junto a un ejército turco a lidiar contra los franceses— alzándose en el poder derrotando incluso a los mamelucos y empezando a escribir la historia del actual Egipto.
La tumba de Mohammed Alí se puede visitar en la mezquita que lleva su mismo nombre en el interior de la ciudadela y que sin duda es la madre de todas las mezquitas de El Cairo. Pero el lugar de enterramiento del resto de su familia como la de muchos otros gobernantes mamelucos y otomanos se encuentra precisamente en este inmenso cementerio.
Nosotros visitamos el mausoleo de la familia Mohammed Alí al sur del cementerio. La entrada es de 3€ y con casi toda seguridad podréis hacer la visita en total soledad ya que no es un lugar muy visitado en El Cairo. Con un interior muy poco restaurado te puedes hacer a la idea perfectamente de la decoración original y quitar el polvo a las numerosas tumbas que se encuentran en un aparente abandono aunque en buen estado.
Cuando sales del cementerio, o mejor dicho, de este inmenso barrio, la sensación de volver a la civilización incluso de una ciudad tan caótica y sucia como El Cairo hace que mires atrás y vuelvas a replantearte lo que acabas de visitar. En pocos sitios del mundo se podrá ver como miles de personas viven en un cementerio con total naturalidad, sin excusas de ceremonias o fechas concretas, simplemente viviendo con ellos compartiendo sepulcro y hogar como uno mismo. Y es que El Cairo es una ciudad apasionante, llena de contrastes y lugares que asombran. Desde las majestuosas pirámides a la ciudad de los muertos o la antigua ciudad llena de callejas y su inmenso zoco. Sin duda El Cairo es una de mis ciudades favoritas y no veo el momento de volver a ir. Algún año sin duda vuelvo a repetir.
A mí me dejó impresionada la Ciudad de los Muertos cuando la visité pero no tanto por el hecho de que los vivos convivan con los muertos, sino por las míseras condiciones en las que viven los que allí habitan. Me removió todo y es de esos sitios difícil de olvidar.
Pues aquí son míseras… pero tienes que ver en el próximo artículo que hablaré de la ciudad de la basura también en El Cairo. Vivir ahí yo creo que es peor…
Buenas tardes:
Intento encontrar el lugar en que está situada la Ciudad de los muertos en El Cairo, pero no encuentro la ubicación.
¿Podrías, por favor, darme alguna referencia?
Muchas gracias, un saludo.
Buenas Eva. La ciudad de los muertos es inmensa. Hay varios cementerios en la ciudad. Uno lo puedes ver en la siguiente ubicación (https://goo.gl/maps/FU5rCoMyjDS2)
Otro por ejemplo aquí (https://goo.gl/maps/gGonPZw8oAs)
Otro aquí… (https://goo.gl/maps/bmsRwUo86kN2)
Si se lo dices a un taxista, te llevará a alguno de ellos…
Un saludo!