Siempre pienso que las ciudades como mejor se conocen es andando, a pie de calle y sin transporte, con nuestras patitas paso a paso. Pero este día en San Francisco creo que se nos fue de las manos. Íbamos con el carro de Vera, con mi pie derecho con el ligamento partido que presentaba un aspecto similar al de un tomate de huerta maduro tanto por el tamaño como por el color, y las cuestas —que otra cosa no, pero en San Francisco, cuestan de verdad—. Quizá no hubiera sido lo más indicado caminar mucho en estas condiciones, pero nos apetecía andar y anduvimos. Caminamos la friolera suma de 20 kilómetros, y seguramente que más. Si nos hubiéramos puesto, habríamos llegado caminando desde nuestro albergue hasta el aeropuerto y lo hubiéramos pasado. No, no era lo más conveniente, sobre todo para mi pie el cual acabó bastante fastidiado al comienzo del viaje. Y tampoco es que el recorrido que hicimos fuera como para recomendárselo a la gente, al menos no andando, ya que durante mucho rato sólo pasábamos por barrios residenciales, descampados y carreteras. Aunque en nuestro largo recorrido por San Francisco de este segundo día sí que pasamos por lugares cuyo interés recae sobre todo en la propia historia que envuelve barrios como el colorido distrito de Castro o el barrio de Haight-Ashbury, la cuna del movimiento hippie. Como he dicho, andando es la mejor forma de descubrir una ciudad y esta fue nuestra ruta.
Recorrido por San Francisco: Segundo día
Barrio de Castro
Esa mañana nuestro primer destino iba a ser la colina de Twin Peaks, uno de los miradores más impresionantes de la ciudad de San Francisco. En el camino hacia allí llegamos hasta el barrio de Castro situado justo bajo dicha colina. Antes de subir al mirador nos situamos en uno de los puntos más reconocidos del barrio de Castro, en la intersección de la calle Market con la calle Castro y anduvimos un poco por la zona para conocer de pasada este histórico barrio.
El barrio de Castro es conocido por tener una de las comunidades gay más grande y antiguas del mundo. A muy pocos metros de donde estábamos se encontraba el famoso teatro de Castro, lugar donde se celebra cada año el festival de cine gay y cuya imagen se ha convertido en icónica y representativa del barrio. Por los alrededores de esta zona existen numerosos restaurantes, cafés y zonas de ocio en cuyas fachadas —y también en la gran mayoría de las casas— se muestra la famosa bandera multicolor que representa el orgullo LGBT y que lució por primera vez precisamente en esta misma ciudad durante el festival del orgullo de San Francisco en el año 1978.
Nosotros no tuvimos la suerte de degustar como se debe este barrio. Llegamos por la mañana y no es precisamente el mejor momento para verlo, el cual por la noche se tiñe de luminosos en cada bar y restaurante. Además estaban de obras por la calle y todo estaba un poco patas arriba, por lo que dimos un pequeño paseo y volvimos al cruce de la calle Castro y Market para coger un autobús que nos ascendiera a la colina de Twin Peaks, ya que subir andando nos hubiera llevado mucho tiempo puesto que las calles trepan serpenteando una zona residencial sin mucho interés.
Colina Twin Peaks
Durante toda la mañana apenas habíamos visto turistas. Cierto es que todo lo que habíamos andado hasta ese momento, salvo el barrio de Castro, no tenía un gran interés turístico, pero aquí en Twin Peaks cambió la cosa. Un montón de coches y autobuses completos de turistas llegaban para el mismo fin por el que llegamos nosotros. Observar una de las mejores vistas panorámicas de San Francisco.
No voy a decir que sea la más bonita, pero sí que impresiona llegar hasta allí y ver toda la ciudad a tus pies. Desde esa situación, a unos 280 metros de altura y casi desde el centro geográfico de la ciudad, se diferencian perfectamente la mayoría de los barrios de San Francisco, aunque a duras penas podíamos ver la zona financiera con sus altos edificios, y ni que decir tiene de la bahía que sucumbía bajo la neblina que había esa mañana aunque poco a poco se fue disipando.
Allí, salvo observar las vistas, poco podíamos hacer más. Como mucho, localizar un punto al que dirigirnos y eso justo fue lo que hicimos. Localizamos a nuestra izquierda el Golden Gate Park, el mayor parque de San Francisco a unos tres kilómetros de donde estábamos y pusimos rumbo hacia él.
Bajamos la sinuosa carretera con un ojo puesto en el asfalto y otro hacia arriba porque un gracioso, seguramente un borracho que casi acabó despeñado colina abajo, tiraba botellas de cristal cayéndonos algunos trozos cerca de donde estábamos.
Golden Gate Park
Incidente a parte, el camino hasta el Golden Gate Park no tiene mayor interés, pero para pasear tranquilamente y observar la clásica arquitectura victoriana de esta parte de San Francisco es un recorrido perfecto. Pasamos por los barrios de Cole Valley y Haight-Ashbury, este último muy conocido y popular por ser la cuna del famoso movimiento hippie de los años 60, lugar de luchas antirracistas y enclave desde donde se pronunció por primera vez el NO a la guerra del Vietnam. Historia aparte, como he dicho antes, poco hay que ver. Es zona de cafés, restaurantes y mucha casa victoriana luciendo adornos para celebrar una de las fiestas que más gusta a los americanos. La noche de brujas. Y eso que aún quedaba todo un mes por delante para el día de Halloween.
Entramos al Golden Gate Park por uno de los accesos situados al este, justo en una punta de este enorme parque que supera con creces en tamaño al famoso Central Park de Nueva York. En todo un día sería casi imposible ver todo lo que hay allí dentro. Es tan grande que incluso dispone de alguna línea de autobús exclusivamente para viajar por el parque. Nosotros no utilizamos ninguno porque tampoco pretendíamos verlo todo. Simplemente queríamos pasear y que Vera se relajara y estirara las piernas ya que llevaba casi toda la mañana subida al carro.
Si estáis muchos días en San Francisco, dedicar un día completo a este enorme parque no parece una idea muy descabellada. En el interior se ubican algunos de los museos más importantes de la ciudad, como el de ciencias o el de bellas artes, numerosos jardines incluido uno japonés (al que no entramos porque recientemente habíamos estado en Japón y no nos apetecía pagar para verlo), lagos, algún parque infantil e infinidad de senderos para disfrutar de la naturaleza en pleno centro de San Francisco. E Incluso existe un prado donde se instalaron a finales del siglo XIX una manada de búfalos y allí se les puede contemplar, aunque estaba justo al otro lado del parque y nosotros no llegamos hasta tan lejos.
Al salir del parque nos pusimos a buscar un lugar donde comer. La gastronomía americana no tiene porqué ser siempre perritos calientes y hamburguesas. De hecho, en Estados Unidos se puede comer maravillosamente bien y de lo más variado. Pero sinceramente, nosotros sucumbíamos en la mayoría de los casos a los manjares de la comida rápida. Buena parte de nuestra dieta americana fue a base de hamburguesas, perritos calientes, comida de puestos callejeros y sobre todo comida preparada en supermercados para la hora de cenar. Pero es que aquí, las hamburguesas —y no me refiero a las de grandes cadenas internacionales— están buenísimas. La carne me pareció exquisita al igual que la forma de prepararlas. Hamburguesas con guacamole, con numerosos tipo de salsas, picantes, dulces, aderezadas con diferentes condimentos, y en cada sitio, una hamburguesa distinta que degustar. Sinceramente, un placer incluso para paladares exquisitos.
Presidio Real de San Francisco
Con el estómago lleno y la niña durmiendo, decidimos continuar andando a través de otro de los parques más grandes de la ciudad, en este caso a través del llamado Presidio Real de San Francisco.
Sin saber mucho de la historia americana, ya por el propio nombre de este parque captas una referencia sobre él notablemente militar. Se trata ni más ni menos del lugar donde los españoles establecieron su presidio o fortificación principal durante la Guerra de Independencia de los Estados Unidos. Hoy en día, paseando por este frondoso bosque, no parece que su huso hubiese sido militar salvo por algunas construcciones que recuerdan a los típicos barracones castrenses. Ahora la mayoría de este terreno es ocupado por un frondoso bosque, urbanizaciones, un cementerio, un campo de golf y algún mirador que otro desde donde poder vislumbrar parte de San Francisco siempre y cuando las copas de los árboles te lo permitan.
La zona fue reconocida como Hito Histórico Nacional en 1962 y por supuesto en él hay mucho más, pero es tan grande, y para mi gusto tan poco interesante, que nos limitamos simplemente a pasear tranquilamente mientras dormía la niña hasta la parte más al norte desde donde pudimos ver parte del famoso puente Golden Gate.
Palacio de Bellas Artes
Junto al Presidio, al norte y a mano derecha, se encuentra el barrio de la Marina, lugar donde se celebró en el año 1915 la Exposición Universal de San Francisco. En ella se conmemoró la finalización de las obras del canal de Panamá y también sirvió como escenario de la recuperación de la ciudad de San Francisco tras el fatídico terremoto sufrido en 1906. Tras cien años lo único que quedó en pie de aquella exposición y en su sitio original fue el Palacio de Bellas Artes, aunque en realidad, en 1964 se demolió casi por completo y se volvió a levantar con mejores materiales que los originales ya que en un principio se construyó con la intención de desmontarlo tras la exposición.
El Palacio de Bellas Artes se sitúa en el interior de un parque junto a un pequeño lago en el que destaca sobre todo la rotonda central, edificio que me recordó a los mausoleos mogoles, aunque esto es sólo una de esas paridades mías… —no me hagáis mucho caso…—. El lugar es realmente bonito y muy fotogénico, cosa que aprovechan las parejas de recién casados para realizar aquí sus book de fotos como pudimos comprobar. Es el lugar ideal para lo que nos gusta hacer a nosotros en las ciudades. Pararnos, relajarnos por unos minutos y descansar tras la pateada que nos acabábamos de dar durante el tiempo suficiente mientras Vera se despertaba y pusiéramos rumbo de nuevo al centro de la ciudad.
Centro de San Francisco
Para esta ocasión —y menos mal— decidimos coger un autobús que nos acercara a Union Square. Lo que quedaba de tarde lo dedicamos a patearnos toda esta zona de San Francisco, mirando escaparates, entrando en tiendas y tomándonos alguna cervecita que otra en uno de los restaurantes americanos más típicos que te puedas encontrar en San francisco, el Mel’s Drive-In en Mission Street… ¡Y que no falten esos momentos!
Para terminar el día volvimos andando hasta nuestro alojamiento en un incesante y cansino recorrido subiendo y bajando cuestas, haciendo una parada para cenar en un bar —por llamarlo de alguna manera— donde comimos un delicioso kebab y llegar a una hora prudencial al albergue para que le diera tiempo a Vera a jugar un poco con sus juguetes.
Había sido un día muy cansado y nosotros estábamos reventados, pero tenía la sensación de haber conocido un poco más San Francisco, de haber disfrutado de sus barrios, parques y sus cuestas. Al día siguiente descansaríamos un poco de tanto andar. Por la mañana temprano teníamos reservadas las entradas para visitar la isla de Alcatraz y por la tarde cogeríamos el coche de alquiler e iríamos hasta el otro lado del famoso puente bermellón antes de comenzar nuestro road trip hacia el interior de Estados Unidos.
Madre mía! si solo con leer lo que anduvistéis ya me he cansado!!! pufff!! Vaya tela!!! Imagino que eso mismo se podrá hacer pero cogiendo más transportes, no?
Pues para hacer este recorrido habría que haber hecho varios cambios de bus y no nos apetecía pensar. Piernas para que os quiero…. que andar es muy sano!!! jejeje
Bufff si que hicisteis una «jartá» si!! y con el pie chungo…madre mía xD
Nosotros también caminamos mucho en SF pero uno de los días seme cargó lapierna y optamos por el bus…
un saludo
Ya te digo Vero… De hecho, en Las Vegas ya tenía el pie para puré, pero también por motivos de las zapatillas que llevé… así que en Las Vegas me compré unas mejores y con eso noté la diferencia… ¡Menudo cambio!.
Madre mía lote de andar!! y por esas cuestas que tiene SF. Estoy deseando volver a esa ciudad, me encantó. Me encanta lo contenta que va Vera, ja ja, es viajera total!
Buenas Caliope! Vera mientras esté con nosotros encantada! y en los viajes así la verdad que se porta bien e incluso nos pide montar en el carro… debe pensar que para andar, que andemos nosotros jejejeje.