Hoy nos hemos levantado con otros aires, porque hoy es el día que llevamos esperando tres meses. Marisol y su novio Alex han dormido en nuestra casa para ir juntos al aeropuerto. El avión no sale hasta las doce de la mañana, así que, esta vez no nos toca pegarnos un madrugón, aunque con el recorrido tan largo, escala y diferencia horaria, sabemos que van a ser dos días de sueño y cansancio. Terminamos de coger las baterías que se estaban cargando y los últimos papeles para los aeropuertos, comprobamos de nuevo que llevamos todos nuestros pasaportes y nos ponemos dirección al aeropuerto de Barajas. Llegamos con unas dos horas de antelación y ya nos encontramos abierta la ventana de facturación. Nos dan nuestros billetes de ida a Frankfurt y del siguiente, Frankfurt-Shanghái. Pasamos los controles y subimos en el avión. Nos ponemos cómodos y nada más despegar nos ponen el desayuno, o por las horas que eran, la comida.
Volamos a China
Últimamente me pongo muy nervioso con los aterrizajes de los aviones y no paro de mirar por la ventanilla como nos vamos aproximando al suelo. El aterrizaje es bueno y con mucha puntualidad. Ahora nos toca esperar en el aeropuerto de Frankfurt dos horas hasta el siguiente vuelo. Las maletas van directamente desde Madrid y no nos tenemos que preocupar de nada allí, así que sacamos unos bocadillos de chorizo que llevábamos y nos lo comimos como si fuera la última comida decente que hiciéramos en los próximos diez días. Cuando quedan treinta minutos para que salga el avión a Shanghái, embarcamos en un avión más grande pero con la mala suerte que nos toca con una pared detrás y casi no podemos recostar los asientos. Y mira que los elegí yo los asientos, pero en internet no salía el dibujo de esa dichosa e inoportuna pared. Lo bueno de estos vuelos es que la atención siempre es mejor, te ponen películas y las bebidas son gratuitas para pasar 12 horas de vuelo lo mejor posible, así que nada más despegar nos ponen de nuevo una comida y cervecita alemana muy rica. Entrados bien en Rusia nos ponen la película “una pareja de tres” y me la trago enterita y después la cena, que en esta ocasión se trata de fideos chinos para ir acomodándonos a la comida asiática. Después de la cena toca trastear un poco por las emisoras de música y elegir una buena para poder conciliar el sueño. El resto del viaje se hace eterno por que no logro dormirme y la noche se hacía corta ya que en poco tiempo empezó a amanecer por el cambio de horario. Como no me puedo dormir, me entretengo mirando por la ventanilla y veo una extensión de arena y dunas inmensas, lo que me decía que estamos a punto de entrar a China por el desierto del Gobi en Mongolia. Ya desesperado intento dormir algo para poder estar un poco espabilado ese primer día en Shanghái. Mis cortos sueños se desvelan por la proximidad a nuestro destino y otra vez empiezan los nervios del aterrizaje. Me voy fijando por la ventanilla en todo el paisaje verde y húmedo cercano a Shanghái y nos avisan por los altavoces que en 30 minutos estaremos pisando suelo chino. Nos reparten las hojas de control que hay que rellenar para entrar al país indicando el hotel, y la fecha de regreso y nos preparamos para el aterrizaje.
Llegamos a China
Sin dormir apenas, aterrizamos en el aeropuerto de Pudong y comienza nuestra aventura corta por China. Nuestras queridas maletas salen sin problemas y relativamente rápido. Ya en el aeropuerto nos disponemos a cambiar doscientos euros cada uno para poner bote y así poder pagar el Maglev. En el aeropuerto te cobran una comisión (no me acuerdo cuanto), pero no queda otra, además tampoco vamos a salir de pobres por unos euros más o menos. Con las maletas nos dirigimos a la estación del Maglev que está al lado y nos toca esperar unos minutos a que salga el tren. Teníamos ganas de coger este tren para ver cómo se siente uno yendo a 430 km/h sobre un tren que va levitando. Entramos en el tren y nos sentamos tranquilamente para disfrutar de los ocho minutos que tarda en recorrer los más de treinta kilómetros que hay hasta la unión con el metro de Shanghái. Se pone en marcha totalmente silencioso y apenas notamos ningún movimiento. La aceleración es lenta pero progresiva. En unos minutos alcanza los 301 km/h y vemos bajo nuestra decepción que se para en esa velocidad. En fin… no se acaba China en el Maglev.
Ya desde este momento nos sentimos observados por todo el mundo. Éramos los únicos occidentales que estábamos esperando en la calle parados antes de entrar en el metro y la gente se quedaba mirándonos fijamente como si fuéramos bichos raros. Al rato nos metimos en el mundo subterráneo de Shanghái.
Aquí venía nuestra primera prueba de comunicación con el idioma chino. Vimos las máquinas automáticas para sacar los billetes pero solo aceptaban monedas y nosotros sólo teníamos billetes, así que nos tuvimos que enfrentar a una taquillera con cara de pocos amigos a la que se la notaba un desbordado entusiasmo por atender a estos cuatro tipos de ojos redondos. El precio de los billetes nos pareció verlo apuntado al lado de la taquilla y la pedimos con el lenguaje universal de los dedos cuatro billetes sencillos. La pusimos en la taquilla el dinero que creíamos que costaban los tickets y al momento nos pega un golpe en la mesa diciéndonos en chino vete tú a saber. Nos quedamos con caras de tonto y yo me empecé a descojonar. La mujer siguió gritándonos y pegando golpes en la mesa, que encima era de chapa y no veas como sonaba. Yo ya no pude más con la risa y me tuve que salir de la fila mientras que la señora seguía despotricando y haciendo gestos como diciéndonos que nos saliéramos de la fila. Ya por fin entendimos que nos quería decir que con el dinero que la estábamos dando no daba para los cuatro y la sacamos un billete más alto. Lo cogió de mala forma y nos tiró los cuatro billetes ¡¡Pues muchas gracias señora!! Menudas formas…
Estábamos temiendo entrar en el metro ya que justo coincidía con la festividad del día del trabajador y nos avisaron que estaría todo lleno de gente, pero la verdad que fuimos de pie, pero cómodos sin mucho agobio. La gente seguía mirándonos y mostrando sus sonrisas.
El Maglev nos dejó en la línea 2 y nosotros teníamos que llegar a People´s Square en esa misma línea, así que no tardamos mucho y rápidamente subimos a la superficie justo en el centro de la ciudad. La primera impresión es la de una gran urbe como puede ser otra cualquiera, con el bullicio de gente, coches, bicis, etc… pero sobre todo nos empezamos a fijar en todas las señales, letreros, luminosos… y ¡¡sí!! ¡¡Ya estamos en China!!
Nuestro hotel se encontraba a cinco minutos andando de la parada, pero como siempre en un sitio nuevo, pues tardamos veinte en llegar. Antes de llegar al hotel, pudimos comprobar la fama que tienen esta gente de escupir. El escupitajo es de los que te vienen del alma, y si no lo rebuscan con la garganta hasta que lo encuentran, y ni cortos ni perezosos, con poderío y alegría, se liberan de ese enorme pollo que vete tú a saber dónde cae. (Lo siento por los escrupulosos, pero es que es así). Ya por fin vimos el hotel y fuimos hacia él. El susodicho alojamiento se llama “Shanghai Y35 Youth Hostel” y lo reservamos en la página de Hostelworld. Nos decidimos por él por la situación tan buena y sobre todo por el precio que no excedía los 10€ por persona la noche en habitación doble con baño privado. La pequeña entrada está decorada con un puentecito de madera y una caída de agua donde debajo nadan peces de color rojo (muy típico chino). En recepción les entregamos nuestros pasaportes y nos atendieron sin ningún problema porque además hablaban inglés (del inglés se encargaban nuestros compis, porque nosotros ni idea). Lo peor del hotel… los dos pisos de escaleras que hay que subir para llegar a la planta de las habitaciones, que después de dieciocho horas de viaje, no veas como jode. Las habitaciones son muy correctas, con tv (que no vale para nada), tus dos camas con los colchones quizás un poco duros y un baño completo y recogidito… Tan recogidito que el lavabo estaba dentro de la ducha, ya que las duchas aquí no tienen bañera ni plato, sino que es en el suelo directamente. La otra habitación que teníamos era una cama de matrimonio y la ducha si estaba separada de todo, así que en esto, habrá que tener suerte. Nos pegamos una ducha rápida, treinta minutos de descanso y quedamos en el bar del hotel. Este bar es un sitio ideal para pasar un buen rato tranquilo ya que tiene unos sillones enormes, un billar (que creo que es gratuito) y un par de ordenadores con acceso a internet libre. Antes de salir cogimos una tarjeta del hotel para poder enseñarla a los taxistas.
Primeros pasos por Shanghai
Salimos del hotel y nos dimos una vuelta por los alrededores. La intención era tomar un primer contacto con China y no pegarnos un palizón el primer día ya que con el cambio de horario estábamos muy cansados. Nos planeamos un poco la ruta y decidimos empezar con un paseo por la concesión francesa de Shanghai. Una sugerencia para los próximos viajeros a esta ciudad (igual que en Beijing), es que no hagáis ni caso a los mapas… Si en un mapa aparece que estas cerca de algún sitio y se te ocurre ir andando, acabarás perdiéndote y dándote cuenta que no estabas tan cerca como pensabas. Y eso nos pasó… Nos pusimos a andar hacia la dirección correcta y pronto ya no sabíamos dónde estábamos. De lo que si nos dimos cuenta fue de la masacre de viviendas viejas que están haciendo en la ciudad. Están tirando abajo toda la ciudad vieja para construir más rascacielos, lo cual crea un contraste muy llamativo y un tanto dramático.
Más adelante nos topamos en la calle con el mercado de antigüedades de la calle Dongtai donde te puedes encontrar cualquier cosa, desde relojes de bolsillo, artesanía, porcelanas, figuras de budas y de los guerreros de Xi’an, ropa, cajitas de madera o cualquier artilugio que te puedas imaginar. Nosotros no queríamos comprar nada de eso, aunque nos encanta ver este tipo de mercados, así que nos dimos un paseo sin rebuscar mucho y salimos a una avenida mayor donde nos encontramos con un pequeño parque con lagos. En él nos pudimos dar cuenta la flexibilidad de los chinos y su equilibrio. En cualquier parte se agachan de cuclillas con las rodillas en el pecho y el culo casi tocando el suelo y se quedan ahí todo el tiempo que haga falta… que si tengo que hacer yo eso, lo primero es que me caigo para atrás seguro y lo segundo, que en un minuto tengo las rodillas para puré, pero ellos están tan cómodos. En este parque preguntamos a un chico como seguir hacia la concesión francesa y muy amablemente nos acompañó unos doscientos metros para indicarnos por donde era.
Por esta zona del viejo Shanghái nos sorprendió mucho los sitios donde tienden la ropa. Realmente es sorprendente ver colgado de los cables de luz, pantalones, camisas, camisetas… o con una cuerda entre dos árboles tender las sábanas y de las propias ramas del árbol toda la ropa interior.
Por la calle que nos dijeron anduvimos recto un buen camino hasta llegar a una gran avenida y encontrarnos de frente con el parque Fuxing. Nos adentramos por una de sus puertas y nos encontramos con unos pequeños lagos con patinetes de agua para niños y unas ruedas grandes de goma para montarte dentro y hacer un poco el ganso sobre el agua. Yo como si me lo estuviera oliendo, vi que Eva y Marisol se empezaron a quitar los bártulos y fueron directas a la taquilla para ver cuánto costaba. Dos minutos más tarde estaban dentro del flotador gigante dando vueltas sobre el agua y un corro de chinos alrededor nuestra mirando a las dos occidentales revolcándose… Todo un “especta-culo”!!! jejeje.
También como es habitual en todos los parques que visitamos en China nos encontramos a gente jugando a las cartas y a juegos que realmente no se lo que eran, o tocando instrumentos o como en este caso, a un gran número de niños pescando peces pequeños en un charquito del parque.
Ya empezábamos a tener hambre y salimos del parque para buscar algún sitio donde comer. Anduvimos un poco y vimos varios sitios para comer a pie de calle, nada de restaurantes. Para comer fijaros que al menos tengan fotografías de los platos para poder elegir o si no puedes comer cualquier cosa, muy posiblemente noodles. Nosotros nos pedimos unos fideos chinos y pedimos que no piquen tres de ellos, menos el mío que me encanta el picante. Tenerlo bien en cuenta esto si no os gusta el picante, porque allí todo pica. Bueno, una vez pedido los platos, viene la familiarización con los palillos. Parece difícil, pero realmente luego no es tan complicado y al final del viaje acabas apañándote muy bien. En estos sitios no ponen bebidas y tienes que ir a comprarlas fuera, y fijaros que estén frías, porque no sé por qué en China hay mogollón de sitios que te dan todas las sodas del tiempo. Bueno, el caso es que terminamos de comer los cuatro (muy rica la comida por cierto), con nuestras bebidas de medio litro cada uno y nos costó un total de ¡¡cinco euros aproximadamente!! Si pudiéramos aguantar comiendo en sitios así todos los días, nos reduciríamos el presupuesto bastante, pero luego realmente te apetece comer otras cosas.
Salimos y en los alrededores pudimos ver los famosos andamios de bambú, que realmente sorprende ver como con una planta levantan esa estructura por todo un edificio.
El centro de Shanghai
Nos fuimos de la concesión francesa hacia People´s Square, pero esta vez cogiendo un taxi. Si queréis vivir un momento emocionante, montaros en el asiento del acompañante y observar. Si eres conductor se te irá el pie derecho todo el rato al fondo intuitivamente para poder frenar… aaahyy iluso… estás en manos de un taxista de Shanghái que no ve el peligro, que ve un hueco diminuto por donde pasar y piensa… “fijo que paso”, y pasa. O si por algún “casual” se pone por medio un peatón, bici, coche, tortuga o helicóptero, el pitará, y pasará. Tienen la mano continuamente en el claxon y lo utilizan en todo momento. Los semáforos por lo que vi, van distintos a los de aquí, cosa que no estoy muy seguro pero siempre hacían lo mismo… Me explico… Los semáforos están situados al otro lado del cruce o calle, no como aquí que te paras debajo del semáforo. Si tienen el semáforo en rojo y va a tirar de frente, hay varias posibilidades, como que pare, que no pare, que pase pitando, que pegue un frenazo, que pase como quien no quiere la cosa, etc… Pero si por el contrario van a girar, se fijan en el semáforo que está a la entrada de esa calle, que evidentemente esta en verde por que el de tirar de frente está en rojo (lo más normal del mundo) y claro, como ese está en verde, se atraviesan una avenida que está llena de coches cruzando (porque tienen su semáforo en frente en verde, que es el mismo que tu taxista se está fijando…) y con mucho cuidado y entrelazándose unos con otros, logran pasar (menudo lío me acabo de montar…).
Los taxistas no se libran de los escupitajos famosos, y como le venga un “pollo piando”, ni corto ni perezoso se lo saca y lo escupe por la ventanilla, aunque eso sí… esperan a estar parados en un semáforo o como mucho ir despacio. A lo que vengo a decir con este lio que me he montado es que conducir por Shanghái o Pekín es una aventura y un caos. Nosotros gracias a dios no tuvimos ningún percance en todo el viaje, pero si lo vimos con otra gente.
Bueno, a lo que íbamos que es a People´s Square. Le dijimos al taxista que nos dejara en el hotel Marriott y nos cobró de carrera un euro… así que decidimos desde ese momento no andar mucho ni coger el metro e ir a todos los sitios con taxi, pese a poner nuestra vida en peligro…
Entramos al hotel para ir al baño y tomarnos un café y después del “Kit Kat”, nos pusimos a andar hacia la calle Nanjing. Ya era prácticamente de noche y es una de las mejores horas para ver esta zona de la ciudad. Hay letreros iluminados por todos los sitios, también están iluminados algunos edificios como el hotel Marriott (el del pico en la foto anterior) ¿¿Y gente?? ¡¡POR DIOS DE MI VIDA QUE DE GENTE HABÍA!! Estaba media China metida en la dichosa calle. El recibimiento en la calle nos lo hacieron los vendedores de tiendas clandestinas ofreciendonos “Lolex” (Rolex) y sacándonos un mini catálogo con todos los productos que tenían, aunque a todos les dijimos que no, de momento…
Entramos en una tienda (creo que Nike) y en la puerta nos empezó a decir otra persona que no entrásemos, que tenía él las mismas zapatillas mucho más baratas. En principio no queríamos, porque era el primer día que estábamos allí y no teníamos pensado comprar nada, pero al final de lo pesados que se ponen decidimos experimentar un poco con este tipo de tiendas y el regateo. Nos llevaron a callejones que salían de la propia calle y nos metieron en portales donde subiendo un poco te encuentras con viviendas transformadas totalmente en tiendas. En principio mosquea un poco por donde te metes, pero no hay que tener miedo. Llegas a la tienda, ves y si hay algo que te guste preguntas el precio y a regatear… Al final que no pensaba comprarme nada me estrené con un bolso de cuero “Levi´s”. Los precios no me acuerdo exactamente (memoria pez), pero fue menos de diez euros. Leí en algún lugar que tienes que dividir el precio inicial que te dicen por cinco y no pagar más de lo que te sale. Desde luego que ganan siempre porque si no, no te lo venden, pero yo pienso… más ganan las marcas vendiéndote aquí en España trapos a un precio ultra valorado, y realmente las imitaciones que yo vi en todo el viaje no parecen malas en temas de ropa o complemento (ya veremos en unos meses…).
Salimos de la tienda y hay más chinos queriéndote llevar a otras, y si fuera por ellos te tirabas todo un día de tienda en tienda, pero no nos apetecía realmente, así que volvimos a la calle Nanjing y seguimos bajándola. La aglomeración de gente iba en aumento. Cuando salimos de la zona peatonal y fuimos a cruzar una calle nos encontramos con el semáforo en rojo y nos tocó esperar. Nadie se lo salta porque tienen a agentes de tráfico para regular los semáforos y en cuestión de unos segundos se llenó la acera por las dos partes. La gente esperaba a cruzar ¡¡”15 metros” antes de la calzada!! Y cuando se ponía en verde, era una avalancha humana por las dos partes, al más puro estilo de las batallas de Braveheart chocándonos todos. La intención era llegar al Bund para ver la panorámica de los rascacielos en Pudong. Si la cantidad de gente en la calle Nanjing nos sorprendió, la de la zona del Bund nos asustó. Agentes subidos a vallas regulando el tráfico humano en la propia acera para que no se parasen los peatones, el malecón en obras (cosa que decepcionó un poco) y que se puso a llover un poco, hicieron del paseo, una misión imposible. Las vistas desde la acera eran muy malas porque había vallas de por medio y decidimos salir de allí lo antes posible. No hice fotos, pero si un pequeño video para que lo veáis.
Vimos que habían puesto un puente para cruzar la calle y subir justo a la orilla del río, pero decidimos dejarlo para el día siguiente porque hoy ya estábamos cansados. Luego por los alrededores del Bund seguía habiendo gente y mucho tráfico y pudimos grabar un pequeño video de demostración de cómo se deben cruzar las calles en Shanghái.
Pasando esas calles cercanas nos encontramos con la tranquilidad. Calles casi desérticas, sin gente ni coches.
Nos fuimos hacia el hotel tranquilamente y paramos en un DIA% para comprar algo de beber y unas galletas. He de decir que mi orientación en esta ciudad es muy mala y nos volvimos a perder. Anduvimos bastante hasta que ya nos empezamos a mosquear por que no veíamos nada familiar, así que no nos quedó otra que coger un taxi y que nos llevara. Fue entrar por la puerta de la habitación y caer rendidos en la cama. Habían sido dos días muy largos sin apenas dormir y nuestros cuerpos necesitaban una cama urgentemente.