Estos días nos centramos a visitar los alrededores del valle del río Orjón donde visitaríamos un antiguo monasterio budista y nos deleitaríamos con los impresionantes paisajes de este bonito valle del río Orjón.
Si hemos sacado una cosa en claro en este viaje, esa es que yo he acabado siendo el pupas del grupo. Casi nunca me pongo malo, el estómago me aguanta comidas explosivas y el agua de la India o Egipto, no he sufrido nunca ni de un esguince (hasta ese momento) y me amoldo a cualquier tipo de situación sin ninguna queja. Pero en este viaje transmongoliano me han venido todas juntas. A la infección de muela, la fiebre que sufrí por esa causa y la hinchazón de boca, se le sumó esa mañana un picor constante que hacía que me retorciera dentro del saco.
Yo estaba tan tranquilo. Me picaba, pues yo me rascaba. Pero como tenía varias capas de ropa, pues no me notaba nada. Pero cuando salí del saco y me quité la camiseta mi cuerpo era lo más parecido a un bombón de fresa con almendras de la cantidad de sarpullido que tenía y lo rojo que lo puse por haberme rascado. No me lo podía creer, pero cuando ya estaba saliendo de una me metía en otra.
Cierto es que esto era una tontería y gracias a que llevábamos en el botiquín antihistamínico se quedó tan solo en una anécdota. No tengo alergia a nada que yo sepa, pero me dijeron que lo mismo podía haber sido alguna pulga del camello o simple alergia a ellos… No lo sé. Pero tuve que estar con el picor por el resto del día y con la incomodidad de tener el culo hinchado y como una piedra ya que al estar sentado en el coche todo el rato, el sarpullido en esa zona no disminuía, por lo que me tenía que buscar las posturas para estar lo más «cómodo» posible en la furgoneta durante nuestro trayecto.
Imprevistos de un viaje en un coche destartalado
Estando de ruta por Mongolia todo lo que suceden son anécdotas a cada paso. Parece mentira que en un país tan árido, tan extenso y que aparentemente no parezca tener nada, pueda dar tanto de sí. El aburrimiento solo llegaba cuando estábamos en la furgoneta más de una hora sin parar y no había otra cosa que hacer que cerrar los ojos y dormirse un rato.
Pero la mayoría de las veces el sueño se perturba por algo, ya sea por un bache salvaje, una curva brusca, o lo más habitual, un ruido extraño del coche. Y es que por muy duras que sean estas furgonetas, los años no pasan en balde y las averías hacen acto de presencia.
En nuestro caso el problema que teníamos era la tapa del delco y el coche dejaba de funcionar cuando le daba la gana. Una vez parado, solo el ingenio y experiencia de nuestro conductor hacía que volviera a la vida. Pero ni con esas se solucionaba el problema. Más furgonetas que veíamos en el camino se paraban para ver si podían ayudarnos en algo, pero al final tuvimos que desviarnos a un pueblo para ver si encontrábamos algún recambio y reparar la avería.
El valle del río Orjón en Mongolia
En la furgoneta teníamos los víveres suficientes y dos fuegos de gas para poder cocinar todos los días. La mayoría de las veces comíamos en el camino en algún lugar perdido de la mano de Dios. Piska preparaba la comida dentro de la furgoneta para que el viento no apagara los fuegos y luego comíamos encima de las esterillas relajados en el suelo.
La gastronomía que tuvimos en Mongolia no es que se caracterice por ser muy variada. Básicamente nos alimentamos de carne, pasta y arroz, todo ello guisado la mayoría de las veces en sopa. Vamos…, que nos salía la sopa hasta por las orejas. Los trocitos de cabra que flotaban en el cuenco era lo más sólido que probamos en todos esos días. Aunque Piska nos demostró en alguna ocasión sus dotes culinarias realizándonos unos “buuz” que estaban de muerte. A esas alturas, aquellas “albóndigas” al vapor se convertían en un auténtico manjar.
Muy cerquita de donde estábamos se encuentra una cascada en el río Orjón. Parecía sacada de la nada porque desde la pista por donde nos desplazábamos apenas se podía vislumbrar el río. Pero tras unos pasos, el ruido ya dejaba intuir el salto de 25 metros de agua que tiene el río en este punto.
Desde luego la cascada no es de las más espectaculares que hayamos visto, pero nos encantó verla en aquel paraje inusual, un lugar que parecía sacado de algún cuento, idílico por el entorno y porque en ningún momento antes en el viaje pensábamos que íbamos a ver este tipo de naturaleza en Mongolia, donde teníamos en mente que fuera un país desértico y árido. Y nada más lejos de la realidad…
Nos encaminamos siguiendo el cauce del río Orjón hasta la montaña donde pasaríamos la siguiente noche. El paisaje en aquel lugar era espectacular, rodeados de aquellas montañas llenas de nieve y un silencio sepulcral roto tan solo por el chasquido de la leña que nos estaban preparando para esa noche. Hacía mucho frío y toda la leña iba a ser poca para calentarnos. El camino hasta este lugar fue impresionante, pero era más aún permanecer allí toda la tarde y noche. Para matar un poco el tiempo nos fuimos con unos caballos a dar un paseo hasta las faldas de la montaña y regresar justo a tiempo para la cena que nos tenía preparada Piska.
He de decir que la familia que nos acogió en esta ocasión no fue tan hospitalaria como la de la noche anterior y prácticamente pasaron de nosotros. Nos daban alojamiento puesto que era lo pactado y no supimos más de ellos hasta la mañana siguiente.
Esa noche cenamos en nuestra yurka con Piska y Paska arrimados a la estufa. En el exterior la noche fue cerrando el cielo y la luna hacía brillar la nieve de las montañas. Los cabritos se arrejuntaban a la tienda y el río seguía su cauce dejando una relajante sinfonía a su paso. Era todo perfecto menos el frío que pasamos cuando se acabó la leña. Y nuestro conductor durmiendo en la furgoneta como todos los días porque decía que dormía mucho mejor allí. Esta gente tiene que tener la piel de un grosor descomunal…
Caminata hasta el monasterio budista de Tovkhon
Un lugar de meditación debería ser un lugar apartado de todo, alejado de la gente en un lugar solitario de difícil acceso y a ser posible rodeado de naturaleza. Pues el monasterio budista de Tovkhon cumple todos estos requisitos y más. Está situado en lo alto de una montaña en medio de un parque natural y para llegar a él hay que recorrer unos 3 o 4 kilómetros desde donde se deja el coche caminando por pleno bosque. Ese era nuestro destino aquella mañana, pero además había un aliciente, y es que el tiempo estaba tan inestable que cuando llegamos a las faldas de la montaña el tiempo empeoró y tuvimos que hacer la caminata bajo la nieve. No se podía plantear peor la situación… ¿o sí?
Pues por una parte mejoró la cosa y por otra empeoró de lo lindo. La nieve nos dio una tregua y el cielo se aclaró, aunque caminar sobre un manto blanco sin llevar calzado adecuado tiene consecuencias, pero esto acabó siendo lo de menos. Piska, nuestro querido guía que tan solo llevaba dos años ejerciendo dicha profesión, nos iba marcando el camino a unos 50 metros delante de nosotros, y aunque se le veía decidido por donde iba y dando la impresión de que conocía estas montañas como la palma de su mano, rápidamente nos dimos cuenta que no tenía ni pajolera idea de por dónde tirar.
Nos llegamos a mosquear incluso con él porque no era capaz de reconocer que se había perdido y que no sabía llegar al monasterio y nos tenía dando vueltas de una montaña a otra sin saber dónde ir. Finalmente nos confesó que él simplemente había ido al monasterio en una ocasión y que aquella vez había accedido desde el otro lado de la montaña y que por donde estábamos ahora no sabía situarse.
Nos llevó a varias cimas de montañas, pero ninguna era la buena, hasta que finalmente le dijimos que bajáramos de nuevo al coche para comer algo e intentar centrarnos un poco. ¡Habíamos estado más de 2 horas perdidos en el bosque!
Ya en el coche comimos, nos cambiamos los calcetines que estaban calados y dejamos las zapatillas que se secaran un rato para intentar por la tarde acceder de nuevo al interior del bosque y buscar el dichoso monasterio. Después de varias horas buscándolo, no nos íbamos a ir de allí sin encontrarlo ¿no?
Al final resultó que no era tan complicado llegar a él. Simplemente teníamos que haber ido por el lado contrario esa mañana y haber seguido un camino que cada cierto tiempo nos encontrábamos lazos atados a los árboles… pero aun así… ¡se volvió a perder! Pero justo en ese momento surgió el milagro. De la nada apareció otro guía con tres chicas que iban al mismo monasterio… y ya es casualidad encontrarse a alguien aquí… Pero a Piska le vino de lujo.
Con ellos llegamos sin problemas tras una buena caminata al monasterio budista de Tovkhon. Este monasterio lleva aquí desde que la primera autoridad religiosa mongola que hubo lo mandara construir allá por el 1653, aunque fue destruido por los comunistas y restaurado más adelante. Por lo visto para entrar al monasterio hay que pagar, aunque nosotros no vimos en ningún momento a Piska hablar con nadie y pagarle, además de que los pequeños templos que allí había estaban cerrados y solo se podía ver algo de su interior a través de unas ventanas.
Los templos están pegados a unas roca donde hay varias cuevas de meditación y en la cima de la montaña hay una pila enorme de piedras llamados “Ovoo” donde es costumbre rodearla tres veces para honrar al cielo y las montañas, y en nuestro caso también para seguir teniendo un buen viaje. El lugar es inmejorable para obtener una panorámica de todo nuestro alrededor.
De vuelta a la furgoneta pusimos rumbo a través del valle del río Orjón hacia la antigua capital del imperio mongol Karakorum, la ciudad desde donde una época se dirigió el imperio más extenso que jamás se haya creado, pero eso lo dejo para el próximo relato de Mongolia. Ahora os dejo con un vídeo de estos dos días pasados en el valle del Orjón.
Pese a los dolores, los sarpullidos, el mal tiempo y perderse por el bosque creo que la recompensa mereció la pena, un lugar perdido en el bosque idílico para olvidarse del mundanal ruido y encontrar la paz interior…
Un abrazo !!!
Vaya, qué mala suerte con el guía…al menos podía haber admitido que estaba perdido y así haberse ahorrado un tiempo dando vueltas! Muy curioso el monasterio, y más aún las «Ovoo».
Uff,que diversidad de paisajes, y que bonitos todos.
Muy Chulo… pupas 8)
Por cierto mucho mejor ahora que has quitado la barra izquierda, las fotos se ven más grandes…
Un Abrazo…
Hey Víctor,peaso viaje, te sigo eh?
Por esos paisajes merecería la pena que me llamaran el pupas 😉
Mare mia…como se te pusieron los brazooosss!!!!seguro que si llego a ir me pasa a mi..jajajajajajajajaja. Genial todo..a seguir subiendo pa seguir leyendo!!!
Y que vuelta que nos dimos… Confiesoooooooo: el segundo intento yo no lo hice. Me quede con Paska en la furgoneta con los pies congelados y me junte con varios conductores que estaban por allí. La verdad es que me trataron genial. Eso sí, comian cabra todo el rato… Luego vino un grupo de universitarios de mongolia y hable con ellos un buen rato (bueno hable como pude) hasta me pidió matrimonio un joven mongol!!!!!!!!
Piska no pasa nada, al final fue genial!!!!
vaya maravilla de paisajes víctor!!! has pasado calamidades pero ha merecido la pena ( creo). Me ha encantado la aventura, incluidas la averías..Definitivamente de mayor quiero hacer el transmongoliano..
Qué buena la historia del monasterio, menudo fenómeno que teníais como guía. De todas formas estar en un sitio donde se pueda sentir un silencio absoluto es una gozada.
Un abrazo
Vaya viaje más accidentado, creo que se juntaron todos los males. Seguramente yo al segundo intento hubiera dejado de buscar el monasterio, jejejeje. Cuando ya pensaba que lo de la avería iba a ser lo último confieso que cuando vi lo de la pérdida en el bosque me he reído bastante, seguro que si me hubiera pasado a mí no lo haría tanto!!! Ya tenéis un montón de anécdotas para contar, jejejeje. Un abrazo para los dos. 😉
Madre mía, os pasó de todo, pero bueno, así tienes un montón de anécdotas que contar en el blog. Cuanto siento que te pasara lo de la alergia esa extraña; está claro que en este viaje la salud te jugó una mala pasada, pero al final estas cosas son pruebas y te hacen más fuerte. Me encantan las fotos de los paisajes, la cascada, el bosque, las montañas,… y el monasterio. Menos mal que al final llegastéis a él a pesar de la mala orientación del guía. Me recuerda al guía que tuvimos en la ruta de senderismo que hicimos en Rishikesh, India. También se perdió cuando intentó llevarnos a una cascada y menos mal que pasamos por algunas aldeas donde pudo preguntar. Ya estoy deseando leer la siguiente parte, vaya viaje, parece como si hubiera durado meses. Un abrazo.
Esperemos que todas esas dolencias se hayan concentrado en este viaje y que no se vuelvan a repetir en los próximos.
Anda que menudo guía, un poco más y os tiene todavía por allí dando vueltas. Bonitos parajes y muy variados. La verdad que es un viajazo 😀
Un abrazo!!!
simplemente impresionante Victor
un viaje alucinante
abrazos
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Lo del guía es totalmente lamentable je je je.
Respecto a lo del pupas, me hubiese gustado estar en tu lugar y disfrutar de esos paisajes, a mi me gusta más la arquitectura que la naturaleza y el pueblo ese de colores me ha maravillado.
Yo casi nunca me pongo enfermo y en un viaje a Ucrania pinché, que mal lo pasé en un tren de 23 horas, pensaba que me moría.
un saludo.
Jesús Martínez
Vero4travel.com
No me imaginaba yo esos paisajes y esa naturaleza por allí. Me ha parecido precioso.
Ahora, lo de que el guía os tenga montaña para arriba, montaña para abajo no tiene perdón de Dios, jejeje.
Un saludo 😉
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